Argentina, México y Venezuela son los países latinoamericanos que más han dado que hablar en las últimas semanas, debido a problemas internos que ponen de manifiesto las crisis políticas, sociales y morales que a lo largo de la historia sacuden a nuestra variopinta región. 

En los tres países, para empezar, existen crisis de liderazgo político e institucionalidad, lo que genera una colisión con sus respectivas sociedades, molestia que es catalizada de manera distinta. En el caso argentino, la muerte del fiscal Alberto Nisman ha puesto en evidencia como un poder oculto marca la pauta de lo que se puede decir o hacer en el siempre complicado contexto político de ese país.

Nisman apareció muerto tras denunciar a la presidenta Cristina Fernández por un supuesto encubrimiento de los autores del atentado contra la mutual judía en 1994. Como es de esperarse en estos casos, toda la maquinaria gubernamental, encabezada por la propia presidenta, salió a negar que tuviera alguna relación con la muerte de Nisman. Del discurso para afuera puede servir, más aún cuando no existe prueba de que Fernández tuviera algún involucramiento directo con el caso.

Pero lo que no se puede ocultar es la creciente indignación de los argentinos que han salido a las calles a expresar su protesta por la forma cómo las instancias de gobierno llevan el caso. Casi medio millón de personas se reunieron en el centro de Buenos Aires en una marcha silenciosa para exigir la verdad sobre este espinoso caso.

Las protestas pacíficas, consideradas como una herramienta de defensa de la democracia, también se han hecho sentir en México ante el aumento de la violencia que ha llegado a dramáticos niveles tras la desaparición de 43 estudiantes de una escuela normal de Iguala, en el que están involucrados policías municipales que habrían actuado en coordinación con autoridades del Estado de Guerrero.

Para los más de 100 millones de mexicanos, la matanza de Iguala fue como poner el dedo en la llaga que desangra a su sociedad porque está demostrado que el Estado no puede luchar con éxito con las mafias de narcotraficantes que desde hace años, a través de la corrupción, penetraron en diversos niveles de instancias públicas, sobre todo en algunos estados.

Al igual que en Argentina, la crisis política generó marchas de indignación en todo el país, tal vez el único espacio que tienen los mexicanos para hacerle sentir al gobierno de Enrique Peña Nieto su hartazgo por vivir en semejantes condiciones.

El caso venezolano es el más complejo porque la protesta no es un derecho y, por el contrario, es castigada. El último rezago de autoritarismo del régimen de Nicolás Maduro se dio con el arresto del alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledesma, opositor del gobierno, quien fue detenido sin seguir el debido proceso, acusado de instigar una operación que pretendía derrocar al gobierno.

El problema del modelo venezolano denominado “Socialismo del Siglo 21” es que asoma como una imposición ejecutada paulatinamente por Hugo Chávez, con la finalidad de brindarle un mejor de vida a los pobres. Pero Chávez construyó su modelo de régimen en base al centralismo de su figura caudillista y no armó un movimiento de ancha base social que aglutine a diversas fuerzas y forje los principios de un nuevo régimen que sobreviva a su creador.

Entonces, bajo esa perspectiva, Chávez antes y ahora Maduro, lo que han hecho es captar todos los poderes del estado, sin hacer política –debatir, discutir, pactar-, sino imponiendo un autoritarismo competitivo que funcionó de manera populista cuando el precio del petróleo superaba los 100 dólares, pero que hoy al caer los precios internacionales, debe enfrentarse a la realidad de una aguda crisis económica dentro de la propia Venezuela.

En Argentina asoman vientos de cambio tras las elecciones presidenciales de octubre. En México el presidente Peña Nieto ha mostrado reflejos políticos e intenta aminorar la carga de críticas contra su administración, pero bajo el manto democrático. En Venezuela sí el problema es estructural porque no hay espacio para concertar y, por el contrario, la oposición no ha mostrado unidad de acción y ha ejecutado estrategias de lucha diferente contra el gobierno de Maduro que se aferra por las malas al poder. Esta carrera de resistencia aún tiene para rato.